Tuesday, August 08, 2006

Epílogo de mi libro: "Entre amantes y amadas: más allá de la rosa mosqueta"

Las hojas caen como mantos en honor a mi majestuosidad creativa, un agradecimiento que por cierto dudo merecer, por mantener el brillo en los ojos como los niños, siempre en asombro; mi miedo, mi siempre tropiezo con la torpeza en chaqueta roja, que el crujir de la hojas matizaban para no hacer notar el nerviosismo en esa manía de cuerpo confesado: mis huesos sonando por el roce entre la frotación de manos demasiado agresiva, pero con un dolor placentero. ¿Cuántos años han pasado?, si yo lo conocí cuando me recogía los calcetines blancos del colegio en mis “piernecitas de palo” –como decía mi madre-, con mis dibujos –unos bocetos garabateados en las más extrañas técnicas (bordes de genialidad o locura)- en la mochila o entre mis brazos, siempre protegiéndolos, amparándolos ya que en un niño las cosas no consiguen más admiradores que entre los mismos progenitores, que por cierto… pasan esa fase algo boba de apreciar de ti hasta los estornudos que emites con cierta gracia de chirrido mocosito.
¿Cuántos minutos lo he estado esperando? los suficientes para no olvidarlo, los suficientes para aumentar la angustia hasta la meta, los suficientes para darme cuenta de cuántos escritos le he dedicado… Uno vive por disfrutar un momento, y este… precisamente no lo es, pero por este instante pudieron nacer otros y pude tener la oportunidad de conocer MI momento… como siempre llegando tarde este viejo.
¿Por qué siempre que me enfado contigo, matas todo el odio con tu galantería al besarme en la mejilla para saludarme? Han pasado años ¿sabías?, y aún vibro al sentir tus labios ancianos en mi mejilla con tus manos blancas y grandes, las más hermosas que he visto, tocando mi carita, como queriendo besarme en los labios, pero siempre desviándose a la cortesía. Vaya, hace tiempo que no nos vemos, me dices, un poco humilde tu forma de llegar, claro si llegaste tarde, como siempre, pero si me das otro beso te lo perdono por mil años… nunca me escuchas ¿cierto? Porque siempre eres mezquino y sólo me concedes uno por vez.
Parece que has engordado te digo y tu, con tu talante de amador de amores me dices que yo también, tan tierno tú, ¡y no te sobes que te mereces el golpe!. Una cosa, ¿siempre usas la misma ropa? Parece que serás eterno usuario de chalecos gruesos, camisas amarillas y corbatas rojas, tu pantalón de tela que hace resaltar tu trasero que con los años… sigue igual de atractivo. Me da algo de nostalgia mirarte y no puedo decirte más que banalidades, temo dejar de lado, como siempre, lo importante.
No te preocupes, pide lo que quieras, ¿un café cortado?, vaya que eres fome… pero bueno, habrá que aceptar tu seudo humildad, si sabes que eres un pedante de mierda, aunque no me molesta, más bien me parece una pesadez atractiva.
¿Por qué siempre te gusta insistir en preguntarme por mis estudios?, si sabes que soy lo que siempre quise ser, si sabes cuantas metidas de pata me mandé en mis años de libertinaje, si sabes a cuántos baruchos me metí para alienarme, eso sí que jamás te contaré cuantas burradas dije e hice, no quiero arruinarte la imagen que tienes de mi.
Ahora yo te pregunto por tu familia, un tema que te entusiasma siendo que por muchos años me llorabas por tu estrechez en oportunidades académicas, yo lo intentaba resolver invitándote a algún evento o haciéndote leer algún trabajo mío o de otro, y no los leías… excepto los míos, pero lo hacías en tus clases, mientras dejabas a tus alumnas con alguna tarea.
Me gustaba sentarme contigo cuando hacías clases, siendo tu futura colega, podíamos hablar mucho sobre tu trabajo y pronto el mío; te reías cuando te amenazaba con quitarte el puesto por dejado, era tu culpa si te ponías a preparar las clases en el recreo para después en ellas incentivarnos a cambiar el mundo, cuando tú, sí, tú y nadie más, logró cambiar el mío.
¿Recuerdas los problemas que tuvimos?, las veces que fui llamada por mis comportamientos “acosadores” –admito ser un tanto obsesiva para hacer las cosas, pero es que simplemente no podía dejarte- y las conversaciones que teníamos entre flores, porque siempre te han gustado, sentados mientras sabíamos que el universo de nuestro entorno nos observaba, yo sobre lo hecho puedo afirmar inocencia… ante lo pensado… una amante culpable.
¿Por qué no me cuentas alguna anécdota?, si… no me hagas reír con tus ironizaciones protagonizadas por tu pobreza, también sé que prácticamente te mantiene tu mujer, honor que no me molestaría tomar; claro que no te voy a responder así porque de seguro me pones una cara de tres metros subsuelo, siempre criticaste mi picarezca forma de tratarte. Oh, si me acuerdo, las veces en que me viste hacer el ridículo, si, también lo recuerdo: me sonrojé cuando me dijiste que era una mujer hermosa, inteligente, dulce y femenina, qué lindas palabras… lástima que eran entre un reto por otra de mis metidas de pata, cuando salía con chicas y sé que a ti no te gustaba.
Oye, no me digas que nunca te hacía caso, ¡por favor!, te consentía como cabro chico, esa pancita tan bonita que llevas, tiene antecedentes de formación en los pastelitos que siempre te compraba, demostrándote mi cariño de niña ingenua… aún lo sigo siendo, lo confieso: no tanto, mas, mantengo esa idiotez del engaño por broma, además de trillada, barata.
La tarde se presentó maravillosamente agradable: unas cuántas personas, un tanto silenciosas, sentadas pensando en quién sabe qué cosa, yo me alegro que era en silencio. El ventanal de esta casa amarilla con bordes blancos nos presenta una vista panorámica de mi querido puerto, unas manchas anaranjadas entrecruzadas con rosados y celestes, parece paleta de impresionista, y su pulcritud es a modo de dientes de manzana.
La palabra, la dichosa, esquiva y poco expresiva palabra: ¡Si las evasiones las hago yo misma!, me miras algo extrañado con ese fruncir de ceño que me encanta, lo heredé de ti, como muchos gestos y actitudes que por admiración me fueron otorgados. Lo único que lamento es que también me regalaste la maldición de “comenzar hablando de estrellas para terminar planteando teoría sobre margaritas” y no olvidemos la fabulosa habilidad de tropezar más veces que un ciego, en la calle pensando en alguna inmortalidad existencial o soñando, u observando como bien me enseñaste.
Tomo tu mano, siempre han sido algo frías y no quiero soltarlas, se hace tarde, tengo tu mano y ¡maldición que no hablo!. Me miras por unos momentos, me sonríes y dejas que tus dedos reposen sobre mis palmas tibias.
Quiero decirte que me gustas, me gustas desde el primer día que te vi, en ese recreo en mis años de básica. De ese tiempo tu presencia me sedujo en una especie de embrujo platónico. Te conocí ese mismo año, en una sala de clases, donde hablaste tratando de incentivar nuestro espíritu creador y en mí dejaste algo más que eso: UNA IMAGEN, eso me regalaste, algo qué seguir, algo por lo cual vivir, un canon de perfección que se da en el sí mismo de cada ser humano, una presencia que siempre busqué fuera de ti porque yo entendí siempre que eras mi imagen, mi presencia, parte de mis venas de crecimiento experencial, un desarrollo que tú gatillaste, un camino cual recorrer y que acepto que en primeros términos pensaba que era el mismo que el tuyo; pero no: los padres siempre quieren que sus hijos sean mejores que ellos. Cuando me sentía sola, tu me regalaste tu compañía con nuestros amigos filósofos, me regalaste a Sophía, nuestra hija de letras; yo siempre intenté retribuirte con algún escrito, algún hijo nacido en tu nombre. Desde ese entonces prometí celarte, me prometí protegerte como mi imagen, como mi sueño andante, como lo inalcanzable pero que siempre se desea; porque me gustas, encontré a la persona que amo, porque me gustas, aprendí de a poco como esperarlo. Tu mirada y tu prestancia al hablarme, que me hacía vibrar y producir una especie de excitación irresistible, me dieron las pautas en mi búsqueda del compañero que, aceptando una cierta inclinación romántica, sería el único, el para siempre. Por eso mismo, que tu me gustas, mi pareja, siendo así de especial como tú –teniendo sus particularidades como cualquier persona- entendió mis sentimientos hacia ti y admitió mis condiciones, el no querer nunca abandonarte.
Porque tú me regalaste esa imagen idónea ahora estoy en paz y feliz, por eso esperé el entregarme sólo a él, siendo que soy bisexual a pesar de tus reproches: entiéndeme, si también tenía que explorar un poco… además que cuando pasa mucho tiempo, la esperanza comienza a perderse. Porque tú me gustas y porque a él lo amo, lucho cada día por mis sueños, por demostrarle que también soy para él su idónea, que tengo esa fuerza que encontró en SU IMAGEN, la de su madre, me cuesta demostrarlo porque nací llorona y miedosa, escondida tras las piernas de padre que me diste en los libros que me presentaste.
La primera vez que lo hice pensé en ti ¿sabías? No porque quería que su cuerpo fuera el tuyo, sino porque quería saber qué opinabas, si te parecía correcto… jugando un poco a la independiente no te pedí permiso, pero sé que es lo que hubieses preferido.
Ahora que digo éstas cosas me parece más sencillo entender todo lo que he pasado para encontrar a mi persona especial, a la imagen concretizada. Es un poco curioso, que todavía en estos años cuando me tocas me sale un temblor en el cuerpo delicioso, semejante a las caricias de él, cuando acerca su mano a mi piel, lo percibo desde lejos.
Me gusta tu olor, me gusta tu indiferencia relativa que hace desear más de ti y no perder la esperanza de llamar tu atención ya que cuando creo perderla tu llegas y me reafirmas; ni te imaginas lo que él se parece a ti en eso.
Tengo deseos de formar una familia con él ¿sabías?, en variadas ocasiones me dijiste que ese era tu sueño referente a mi, verme con mi críos entrar al colegio y saludarte, con mi pancita de madre chocha y llegar a ser abuela. Una pregunta ¿nunca me creíste cuando te dije que mi futuro sería estar sola o saliendo con chicas para calmar mi apetito sexual?, yo creo que no, por eso te molestaste tanto al oírme decir eso… pero lo lindo fue que a pesar de ello seguiste escuchando mi discurso “orgullo gay” con cierta náusea educada, ese respeto a pesar de que hablara de burradas también me encantaba.
Supongo que me gustarás hasta el final de mis días, y es obvio ya que somos parte de lo mismo, tú eres mis recuerdos, mis momentos felices del colegio. Me obsequiaste el mejor momento de mi vida cuando me dijiste al oído al recibir mi diploma: te felicito, lo hiciste muy bien; yo, en ese entonces hubiese querido morir allí, feliz con tu orgullo de padre adoptivo, de protector, pero mejor fue seguir viviendo y disfrutando más momentos.
Y qué decir de todos los poemas que me escribiste y dedicaste con tanto afecto, son parte de mis tesoros, de lo invaluable que nunca entregaré a nadie.
Con el pasar de los años tengo miedo a perderte porque te veo más gordito y canoso, con las patitas de gallo tiñendo tu imagen del mejor color, sin dejar caer esos hermosos ojos color almendra que me apaciguaban la ira, como él ahora lo hace por ti, con su eterna paciencia.
Me gustaría decirte que te amo, mas, eso no te lo concedo porque el que me gustes era un piso fuerte para quien amaría por ti y por mí. Tengo que confesarte, además, que me molesté mucho cuando supe de un incidente tuyo con una de tus alumnas, que como muchas, se confesó sentimentalmente contigo: ya te lo he dicho en mi mente muchas veces, el que tengas esposa lo respeto porque no es en ese rol donde quiero estar contigo, pero lo inspirador, en MI IMAGEN, eres mío.
Ahora me miras porque no he dicho vocablo alguno en varios minutos, una sonrisa tímida quiere arreglar todo el asunto expectante. Él la responde apretando más mis manos contra las suyas.
- ¿Deseas decirme algo?, estás muy pensativa… y temo decirte que se está haciendo tarde- dijo Alex tomando el último sorbo de café con una elegancia de intelectual retirado.
- Nada, vamos- Nos levantamos lentamente, como esperando algo que ninguno de los dos sospecha, la noche hace su aviso con el repentino encendido de las luces en las aceras. Aparecen las figuras de personas sacando a pasear a sus perritos, un borrachín camino a la taberna entre tambaleos y suciedad en los zapatos, unos perros vagabundos se comen las bolsas de la basura que dejan los residentes en espera de que los retire el señor de la basura. Comienza a hacer frío y como siempre, olvido mi chaleco en casa, Alex nota mi temblor y me ofrece caballerosamente su brazo izquierdo.
Con los años pasados lo noto más encorvado, con una sonrisa complaciente y los ojos más vidriosos: siempre quiso tener una hija –aunque siempre amó a sus dos hijos-, me gustaba pensar que yo era esa niña que lo acompañaría. Pensé que era nuevamente una idiota al no decirle todas estas cosas, de pronto comprendí que tal vez podía suponerlas, lo miro por unos momentos y él me sonríe, suelta delicadamente mi mano de su brazo, pone las suyas en mis mejillas…
- Gracias- dice él besando mi mejilla… dos veces en un día.
Y seguimos caminando…


Mademoiselle Sophie

4 comments:

Daniel Hidalgo said...

La verdad es que SÍ había tenido la oportunidad de leer algunos textos suyos (en WORD). Los aquí expuestos están buenos...

Saludos!

Gabriel Mérida said...

wow. un habla obsesiva, arrastrada, explosiva. Y yo que estoy tomando pastillas para dejar de pensar y escribir y hablar así. Muy bien, me gustó tu estilo. Pero me gustó mucho más la historia-río detrás, el personaje que escribe la carta. ¿Es un personaje?

saludos, espero respuesta,

Gabriel

Mademoiselle_Sophie said...

Ehh agradezco tu crítica Gabriel... ehh si, el personaje que escribe la carta es un personaje... o una persona... pero en texto tu sabes... todo es ficción, hasta la verdad si se dice a modo literario.
Saludos.
Matta ne.

Mademoiselle Sophie

Daniel Hidalgo said...

Con Claudio Älvarez tenemos un proyecto... así leí tus textos.

Saludos!!