Mi abuelo siempre me contaba las anécdotas de viejitos que no conocía sus nombres, seniles sobrevivientes de algún tiempo pasado donde los buenos huesos, la piel tersa y el futuro por delante parecían sin determinación: uno mismo podía crearlos, cuando eran los otros los que le dieron historia de la consciencia: el pelao, el chico, el gordo, el cabeza de archicoria, o alguna semejanza a algún animalito chistoso del desierto; alguna mofa descriptiva que diera un humor negro a tanta pobreza, sequedad, puentes con nombres de muerte, hijos perdidos en algún aborto espontáneo o alguna negligencia que por esos lares no eran más que errores de otro tiempo… una anacronía existencial.
Una de esos tantos relatos, tenía relación con la muerte (o el diablo en su defecto) y con el miedo de una vieja, a la cual conocía respondía como mi abuela, la cual se persignaba la frente haciéndose ver los pellejos de los brazos movedizos como gelatina seca… claro que mi abuelo no me iba a contar la historia de mi abuelita, pero en una de sus tantas mentiras pude descubrir su historia.
* * * * * * *
¿Creen acaso que es muy fácil ser la suegra de esa señora?, me persigue como jote en la entrepierna, o buitre en la espalda de un malherido, repite y repite la gallina clueca que soy afortunada por casarme con su hijo, que me dio una vida tranquila, unos hijos maravillosos (que se parecen tanto a él) y bueno, como para ella es obvio, me sacó de este nido de adobe que es el norte chico y me llevó a las brisas del mar, a conocer la ciudad y dejar de ser una campesina o una huasa sin huerto. Ah… pero si me preguntan qué tanto tengo que agradecer, lo agradezco, bien lo sabe diosito que lo guardo en mi pieza, y en mi corazón, pero nada le debo a esa señora… que siempre fue mala, que cree que la muerte la anda persiguiendo… ¡y qué tanto, si a todos nos llega!... pero como dicen por ahí… quién nada hace nada teme… y ella hizo mucho… y cree que no me doy cuenta…
* * * * * * *
16 de Abril 1970
Señora Agnes Flores:
Es de mí pesar informarle por esta misiva que la señora Leonora Flores ha fallecido el día de ayer. Siendo tan inesperados estos hechos, no hemos tenido la oportunidad de avisarle con la prontitud debida de su agonía y por lo cual, de la realización de los trámites para que todos sus asuntos pendientes quedaran saldados; y entre ellos vemos como el más delicado el cuidado de su única hija: Estefanía Calderón. Para su tranquilidad, la hemos acogido en un hogar para menores, pero al ser usted su única pariente con vida y por indicación en la última voluntad de la señora, queremos indicarle la necesidad de la niña de afecto y compañía, por lo que usted ha sido nombrada su mantenedora hasta la mayoría de edad.
Por tal, hemos de solicitar su venida con prontitud para discutir la situación en cuestión.
Se despide cordialmente a ud.
Sr. Armando Stevenson.
- Ven querida, de ahora en adelante aquí dormirás – indica amigablemente la anciana Agnes, mientras Estefanía sostenía su pequeño gato negro con un brazo y una maletita amarilla en la otra mano – querida mía, sé que no nos hemos conocido bien y que estás pasando algo duro, pero ya verás que saldremos adelante… tenemos suerte – comenta mirando por al ventana, hacia el vacío – tenemos suerte de que cuento con una cuantiosa fortuna y que además estoy sola, por ello nunca te faltará qué comer, pero debes prometerme ser una niña buena, educada, no como esta vieja ignorante que sólo tiene algo de plata por haber tenido un hombre bueno de esposo que se esforzó por dejarme en bien… y ahora, que en paz descanse… debe diosito recompensarlo en el cielo – dice esto la anciana, limpiándose las manos en el delantal sucio que usa para limpiar la casa.
- Gracias… - y la señora cierra la puerta.
- Vamos Negro, tenemos que ordenar bien esta pieza, mira qué cochina… por lo menos tuvimos suerte, donde mamá vivíamos como pobres… aunque extraño la mina… era divertido jugar allí – Estefanía se pasea por la habitación, pasa sus dedos sobre unos libros polvorientos que están sobre una biblioteca – mira tú, estudiar… sí claro, yo sólo quiero jugar, es lo que merezco porque somos gente importante, y dios premia a la gente importante y buena como nosotros… bien sabía yo que mi mamá nos ocultaba la buena vida.
Entonces, el gato con la niña se fueron a dormir.
* * * * * * *
- Abuelito… ¿Cómo se conocieron tú y la abuela?- preguntó Daniela mientras estaba sentada en las piernas de su abuelo.
Y el abuelo respondió “En una fiesta” al mismo tiempo que la abuela desde la cocina dijo “En el colegio”.
* * * * * * *
Esa señora siempre fue conocida por unas y mil mentiras, además que era muy cruel… nunca iba a los velorios de sus amigos y familiares, pero los lloraba en su casa; ante esto uno pensaría que es como una forma propia de vivir el luto o una cosa por el estilo… lo que sucedía realmente, es que al verlos a ellos muertos, recordaba que pronto le tocaría a ella.
* * * * * * *
Mi abuelo siempre me contaba que las personas que eran malas, dios las juzgaría en el cielo, allí entraba el señor con patitas y cuerno de cabra… también las historias de las animitas. Como la que se dice de unos niños fantasmas, que son como espíritus blanquitos, pelones y pequeños que se pasean por una casa que están en las laderas del tranque que se hizo, es una cara re vieja, yo la vi, nadie la toca siquiera por respeto a esos niños que al no ser bautizados cuando murieron no pudieron llevar sus almas con dios, entonces, están condenados a vivir en la tierra con los vivos, sin un descanso pleno. En ese caso, mi abuela se salva porque la bautizaron, y bueno, tiene su pequeño altar, bien sucio a decir verdad, más bien parece un nido de arañas en vez en un pequeño templo dedicado a los santitos… “los milagreros”, como ella le solía llamar. Sobre eso, mi abuelo me contaba que la muerte era como un soplido, le decían “la pelá”, que se iba llevando a los vecinos para convertirlos en arena del desierto, esfumarse poco a poco entre esas tumbas de cemento (y si tenías plata mármol) que conforme pasaban los años, uno se apilaba sobre el otro. Mi abuela, sin explicárselo a nadie, tenía la costumbre de que, cuando iba a ver a su mamá y papá, pasaba junto a un espacio pelado de tierra con una cruz de madera carcomida, le barría, limpiaba, ponía unas flores huachas y lloraba; cuando una vez tuve la osadía de preguntarle al abuelo de por qué lloraba tanto sobre esa antigua tumba, él sólo me respondía, no pesques a tu abuela, está loca.
* * * * * * *
¡Ja! Y esa vieja viene a reclamarme el que estuviera embarazada antes de casarme, si ella se casó recién cuando tenía su segundo hijo; no hay vergüenza en este mundo…
* * * * * * *
- Vean niños, Estefanía volvió a hacer toda su tarea, deberían seguir su ejemplo de disciplina, pulcritud y buen corazón- dijo la profesora del Liceo de niñas al cual Estefanía estudiaba estando en su nuevo hogar.
- Muchas gracias por sus palabras señorita- Estefanía sonríe y luego se inclina ampliando su vestido con ambas manos.
- Siéntese, ¡qué dije la niña!- expresa la profesora mientras los niños mantienen un barullo moderado y suela la campana de recreo.
Estefanía sale junto con sus compañeritas, llevando un bolso repleto de naranjas, muchas niñas la siguen y se sientan alrededor de ella.
- Bien, compañeras, veamos quién de ustedes, pobretonas, se ofrece a hacerme la tarea – dice Estefanía sacando las naranjas de su morral. Unas hermosas frutas brillantes y regordetas, tensas de tanto jugo y cáscara delgada.
- Yo te hago la de matemáticas, y si me das dos más, la de historia también- dice una niña morocha de cabello trenzado y ojos achinados.
- Bien, la negra de allí se ganó tres naranjas, ahora me falta quién me escribe el dictado para mañana y quién me sopla para el examen del Viernes ¿quién se ofrece?, mañana traeré pan con carne y leche para la que trabaje mejor – dice Estefanía con un aire altanero. Todas las niñas junto a ella saltan de alegría y se reparten en iguales piezas las tareas y los alimentos.Bien digo yo que en esta vida se triunfa si se es inteligente.
Una de esos tantos relatos, tenía relación con la muerte (o el diablo en su defecto) y con el miedo de una vieja, a la cual conocía respondía como mi abuela, la cual se persignaba la frente haciéndose ver los pellejos de los brazos movedizos como gelatina seca… claro que mi abuelo no me iba a contar la historia de mi abuelita, pero en una de sus tantas mentiras pude descubrir su historia.
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¿Creen acaso que es muy fácil ser la suegra de esa señora?, me persigue como jote en la entrepierna, o buitre en la espalda de un malherido, repite y repite la gallina clueca que soy afortunada por casarme con su hijo, que me dio una vida tranquila, unos hijos maravillosos (que se parecen tanto a él) y bueno, como para ella es obvio, me sacó de este nido de adobe que es el norte chico y me llevó a las brisas del mar, a conocer la ciudad y dejar de ser una campesina o una huasa sin huerto. Ah… pero si me preguntan qué tanto tengo que agradecer, lo agradezco, bien lo sabe diosito que lo guardo en mi pieza, y en mi corazón, pero nada le debo a esa señora… que siempre fue mala, que cree que la muerte la anda persiguiendo… ¡y qué tanto, si a todos nos llega!... pero como dicen por ahí… quién nada hace nada teme… y ella hizo mucho… y cree que no me doy cuenta…
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16 de Abril 1970
Señora Agnes Flores:
Es de mí pesar informarle por esta misiva que la señora Leonora Flores ha fallecido el día de ayer. Siendo tan inesperados estos hechos, no hemos tenido la oportunidad de avisarle con la prontitud debida de su agonía y por lo cual, de la realización de los trámites para que todos sus asuntos pendientes quedaran saldados; y entre ellos vemos como el más delicado el cuidado de su única hija: Estefanía Calderón. Para su tranquilidad, la hemos acogido en un hogar para menores, pero al ser usted su única pariente con vida y por indicación en la última voluntad de la señora, queremos indicarle la necesidad de la niña de afecto y compañía, por lo que usted ha sido nombrada su mantenedora hasta la mayoría de edad.
Por tal, hemos de solicitar su venida con prontitud para discutir la situación en cuestión.
Se despide cordialmente a ud.
Sr. Armando Stevenson.
- Ven querida, de ahora en adelante aquí dormirás – indica amigablemente la anciana Agnes, mientras Estefanía sostenía su pequeño gato negro con un brazo y una maletita amarilla en la otra mano – querida mía, sé que no nos hemos conocido bien y que estás pasando algo duro, pero ya verás que saldremos adelante… tenemos suerte – comenta mirando por al ventana, hacia el vacío – tenemos suerte de que cuento con una cuantiosa fortuna y que además estoy sola, por ello nunca te faltará qué comer, pero debes prometerme ser una niña buena, educada, no como esta vieja ignorante que sólo tiene algo de plata por haber tenido un hombre bueno de esposo que se esforzó por dejarme en bien… y ahora, que en paz descanse… debe diosito recompensarlo en el cielo – dice esto la anciana, limpiándose las manos en el delantal sucio que usa para limpiar la casa.
- Gracias… - y la señora cierra la puerta.
- Vamos Negro, tenemos que ordenar bien esta pieza, mira qué cochina… por lo menos tuvimos suerte, donde mamá vivíamos como pobres… aunque extraño la mina… era divertido jugar allí – Estefanía se pasea por la habitación, pasa sus dedos sobre unos libros polvorientos que están sobre una biblioteca – mira tú, estudiar… sí claro, yo sólo quiero jugar, es lo que merezco porque somos gente importante, y dios premia a la gente importante y buena como nosotros… bien sabía yo que mi mamá nos ocultaba la buena vida.
Entonces, el gato con la niña se fueron a dormir.
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- Abuelito… ¿Cómo se conocieron tú y la abuela?- preguntó Daniela mientras estaba sentada en las piernas de su abuelo.
Y el abuelo respondió “En una fiesta” al mismo tiempo que la abuela desde la cocina dijo “En el colegio”.
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Esa señora siempre fue conocida por unas y mil mentiras, además que era muy cruel… nunca iba a los velorios de sus amigos y familiares, pero los lloraba en su casa; ante esto uno pensaría que es como una forma propia de vivir el luto o una cosa por el estilo… lo que sucedía realmente, es que al verlos a ellos muertos, recordaba que pronto le tocaría a ella.
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Mi abuelo siempre me contaba que las personas que eran malas, dios las juzgaría en el cielo, allí entraba el señor con patitas y cuerno de cabra… también las historias de las animitas. Como la que se dice de unos niños fantasmas, que son como espíritus blanquitos, pelones y pequeños que se pasean por una casa que están en las laderas del tranque que se hizo, es una cara re vieja, yo la vi, nadie la toca siquiera por respeto a esos niños que al no ser bautizados cuando murieron no pudieron llevar sus almas con dios, entonces, están condenados a vivir en la tierra con los vivos, sin un descanso pleno. En ese caso, mi abuela se salva porque la bautizaron, y bueno, tiene su pequeño altar, bien sucio a decir verdad, más bien parece un nido de arañas en vez en un pequeño templo dedicado a los santitos… “los milagreros”, como ella le solía llamar. Sobre eso, mi abuelo me contaba que la muerte era como un soplido, le decían “la pelá”, que se iba llevando a los vecinos para convertirlos en arena del desierto, esfumarse poco a poco entre esas tumbas de cemento (y si tenías plata mármol) que conforme pasaban los años, uno se apilaba sobre el otro. Mi abuela, sin explicárselo a nadie, tenía la costumbre de que, cuando iba a ver a su mamá y papá, pasaba junto a un espacio pelado de tierra con una cruz de madera carcomida, le barría, limpiaba, ponía unas flores huachas y lloraba; cuando una vez tuve la osadía de preguntarle al abuelo de por qué lloraba tanto sobre esa antigua tumba, él sólo me respondía, no pesques a tu abuela, está loca.
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¡Ja! Y esa vieja viene a reclamarme el que estuviera embarazada antes de casarme, si ella se casó recién cuando tenía su segundo hijo; no hay vergüenza en este mundo…
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- Vean niños, Estefanía volvió a hacer toda su tarea, deberían seguir su ejemplo de disciplina, pulcritud y buen corazón- dijo la profesora del Liceo de niñas al cual Estefanía estudiaba estando en su nuevo hogar.
- Muchas gracias por sus palabras señorita- Estefanía sonríe y luego se inclina ampliando su vestido con ambas manos.
- Siéntese, ¡qué dije la niña!- expresa la profesora mientras los niños mantienen un barullo moderado y suela la campana de recreo.
Estefanía sale junto con sus compañeritas, llevando un bolso repleto de naranjas, muchas niñas la siguen y se sientan alrededor de ella.
- Bien, compañeras, veamos quién de ustedes, pobretonas, se ofrece a hacerme la tarea – dice Estefanía sacando las naranjas de su morral. Unas hermosas frutas brillantes y regordetas, tensas de tanto jugo y cáscara delgada.
- Yo te hago la de matemáticas, y si me das dos más, la de historia también- dice una niña morocha de cabello trenzado y ojos achinados.
- Bien, la negra de allí se ganó tres naranjas, ahora me falta quién me escribe el dictado para mañana y quién me sopla para el examen del Viernes ¿quién se ofrece?, mañana traeré pan con carne y leche para la que trabaje mejor – dice Estefanía con un aire altanero. Todas las niñas junto a ella saltan de alegría y se reparten en iguales piezas las tareas y los alimentos.Bien digo yo que en esta vida se triunfa si se es inteligente.
Mademoiselle Sophie
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