Sunday, August 06, 2006

Cásate sin piedad

Yo te lo pido… el vestido de novia en la cartera


El Hospital de bata blanca morocha, de tiña humeante y bocinas enrojizadas o azuladas… en el Hospital se encontraron con la sien reventada y el corazón en el piso… nunca más digo: vete a dormir…

7 A.M: El reloj suena como chirrido de vaca suelta con cacareo clueco de rabino vendiendo pan y aceite… El reloj suena y las notas se meten en los oídos. Pauline abre sus ojos (pupilas tímidas por la refracción que la daña luego de protecciones de noche y vino), sus pestañas con el rimel corrido resaltando el mar y el bosque en sí misma: Había nacido con un catálogo de modelos físico-humanos en el cuerpo y se ponían en una oferta despreciativa en su rostro. Pauline, de piel blanca y rubor natural en los ojos… parece siempre niña cuando las estaciones ya pasaron lo suficiente por su puerto. Los brazos cortos y delgados, proporcionales para el talle de metro y medio, sus manos de pinceles quebrados por las mordidas de gatos y chocolates que la Luna hizo con el unicornio-unicornia (nos dimos cuenta cuando nació el hijo) y su establo dorado. Y yo hice con un mmm… grave y extenso, el último sonido del somnoliento, una sonrisa con la boca olor a cerrada toda la noche pero nada que un cepillo en la cartera no salve o la mentita de menos de 2 calorías… me metí en las sábanas haciéndome la flora mendiga de orfeo… sus manos, esas uñas media mordidas con puntas de dedo chato me tocaron las aureolas… y yo me reí, toqué las suyas haciendo que su piel se sintiera cálida: ocupemos estos 15 minutos.

7: 16 A.M. (la mancha roja): Ya no grites Pauline que tu guata también me duele en los oídos… Si no quise hacer la de la boca de payaso corrida, o la mordida a un cuchillo, o el carmesí que nunca encontré igualito al de Robert Smith… sabes que esas cosas se olvidan. Ese es el karma de no tener hijos.

7 A.M.: Las flores, la combinación de lo silvestre en un frasco (oliendo a cementerio) de mermelada vacío (ahora lleno pero no de lo “apetecible”) se han marchitado. Entonces Rebeca supo que le tocaba, como a todo el mundo pero algunos antes otros después, tomó un papel y lápiz, garabateando las frases menos clichés pero no se pide imposibles a quien siempre ocupó lo promedio. Bota el papel y lápiz ahora desechable… Fernanda arregla su chaleco rotoso café caja de arena de gato con tiña, era de su marido ya muerto en una pelea de drogas y barucho, ya muerto… en fin.
La pieza estaba a oscuras, con las cortinas con un hilo de luz escudriñándose en su anhelo de noche eterna. Luz define su primera forma que es un calcetín sucio con rastros de barro ya años seco, acompañando a las flores muertas hace dos décadas. Su pánico de normandía se fatigaba con el obsesivo uso de polera delgada más gruesa más polerón más chaleco delgado más chaleco grueso y chaqueta grosor de oso con bufanda negra y gorro café… el luto lo cargaba en la cintita negra en su dedo meñique. El timbre no sonaba, como siempre después que a Mario se lo tragó el mar de mala muerte y las espumas de las olas etílicas le jugaron la pasada del choro mal-hablado-cogote-cortado. Rebeca apenas pudo doblarse para ponerse los zapatos… el tiempo no corría en apuro ya que el colegio lo había dejado desde que descubrió que la soledad aturde, cómo los libros se marchitan y las palabras ya no enseñan. La sombra me está atrapando, la sombra me está atrapando dice
Rebeca viendo ser la siguiente descubierta por el rastro del hilito de día que se pasea por su pieza, pero nadie puede decirle, más que una polilla seca de muerta, que no está sola y el día no está tan mal… mientras no salgas sin los lentes. La puerta de salida se cierra, con su guata en ayunas… y suena la alarma.

Pauline y Fernanda toman el desayuno, las sábanas están en función de pijama-toga, sus besos a lo griego sin nariz quebrada en proporciones de rostro latino. Ambas se miran por sobre sus tazas de café tibio, como si fueran montículos de tierra usados como escondites de centinelas… investigan los cuerpos al minuto, por estímulos de ambas excitados. Pauline se levanta, bota la sábana que la cubría, sus pies se pasean a revoloteo saltado frente a Fernanda que también se levanta, botando su sábana, disponiéndose a arreglar las flores recibidas por el pasado aniversario.
El aniversario se celebró en la noche, luego de un día de trabajo cada una por su lado y repiques a celular diciendo a idioma de clave: un repique estoy contigo, dos repiques te mando un abrazo, tres te digo te amo, cuatro beso en los labios, y del cinco en adelante es tema de ambas. Siempre a las nueve de la noche se sentaban ambas a tomar el té en la terraza porteña, mirando los cerros de Valparaíso: salpicones de luciérnagas de velas colgando en las quebradas, sectores quemados y tapados con el cartelito de vote a fulano de tal de la derecha o de la izquierda, los basurales, las tomas con los punkies o anárquicos durmiendo entre los escombros, el monumento patrimonial (“Qué pintoresco”)… y las calles aún manteniendo el empedrado de finales del XIX y principios de siglo XX. Este viejo puerto que tiene pasado de colonia inglesa.
Esa noche las tazas se hicieron copas de vodka, un poco de fresas y chocolate para pintar la boca que se besa toda la noche y todo el día. Fernanda usó su corbata favorita, esa de marca italiana (esperando que por el precio sea realmente de esa procedencia) y el sombrero de copa para las ocasiones especiales… su boa roja puesta de accesorio combinaba con el rojo de sus labios pintados. Pauline usó un vestido blanco que la hacía la viva sombra de una ninfa sin la molesta inmortalidad de orejas largas. Su cuerpo tenía la forma precisa para ese vestido que se pegaba a la piel como diciendo me hice para este cuerpo y de aquí no me salgo. Los regalos que se dieron entre miraditas rosa: a Fernanda un reloj de bolsillo comprado a un anticuario, a Pauline una corona de flores y un ramo de tulipanes rojos.
Ambas suspiraron viéndose desnudas en la naturalidad de ir al trabajo, Pauline fue a la ducha con un dolor en su miometrio que no la dejaba mantenerse en pie. Fernanda va y le aconseja descansar ese día y que la espere en la noche… Pauline gime de dolor y vocifera los improperios merecidos para una condición biológica que no se ajusta a su conducta aprendida, a su opción marcada por el deseo. Fernanda besa su frente y la cubre con la sábana blanca, la acompaña a pasos lentos a la cama compartida, la recuesta, pasa su mirada como reconociendo el cuerpo de quién pronto dejará sola siendo que siempre desea ser su eterna compañía. Otro beso en la frente y le dice: espérame a la noche, ahí todo te lo dedico.

A Rebeca le molesta demasiado recordar a Mario en las últimas horas antes de su muerte, últimos días si se puede decir también. Ella impartiendo lo que realmente sabe como heredera de un programa de MINEDUC que cree en la fusión método inglés y francés, siempre a lo barroco latinoamericanizado… en el gusto de asociaciones tontas que se comen la plata del pobre idiota que creen que “el futuro del país” está en buenas manos. El semáforo cambia a rojo, se detiene con el paraguas negro torcido en el mango y abierto le llora y la moja, pero la lluvia es grande y el llanto menos, los colectivos pasan por las orillas de las calles, divirtiéndose con la crueldad de mojar a los que no se suben a sus vehículos. Así mata el día el pobre conductor que vive viajando de un lado a otro, encerrado en el trayecto. Ya Mario se escurre por los ojos de Rebeca que los cierra, mostrando las arrugas de lo amargo insuperado, de la página aún abierta y que quiere ser arrancada. Rebeca cierra los ojos y no se da cuenta que el semáforo se cambió al bando verde, con la torpeza de un ensueño tropieza con una chica media extravagante, que miraba su reloj de bolsillo de seguro mirando cuán tarde ya iba llegando.
Rebeca rendida al recuerdo absurdo de maquinación pretérita: nunca vio el cuerpo, su único consuelo era llorar en sus ojos tiesos, en su piel fría, y sólo alcanzó los llantos de las mujeres ojalá contratadas sino los celos aún ya poseídos se atascarían de tanto aumento, se atascarían las ideas de tanto vértice y paralelo.

2 A.M.: El dedo marca con su memoria en sincronía a lo motriz de la presión de un botón. Primero fue girar la rueda, ahora presionar el cuadrado… Pauline mueve su mano torpemente por la ceguera de la lagaña de lágrima maldita y el aló al unísono la conforta… Los mensajeros de urania se pasean por las líneas conectadas por una moneda de cien pesos y el pito del me falta plata y el no tengo más sencillo comprime todo en te amo infinitos entre los 45 segundos restantes. Pauline, aún entre dormida y despierta comienza a hablar sobre un hospital del cual nombre e imagen se hacen ininteligibles… y vuelve a dormirse.

La tela va cayendo con las flores de unos pajes infantiles, rubiecitos y bien vestidos, junto con las alabanzas, vivas y demases. El día tenía ese aire perfecto que para el loco indica mal presagio… Los novios vírgenes van de la mano, saludando a la cristiandad en paquetes de telas finas y botones dorados… Los ojos de Rebeca se llenan de lágrimas en crujidos de escaleras y presión de sus manos del paquete metido en su bolsillo derecho… Todo lo que fue perfectamente verano se hizo invierno de colores llamativos. Pauline siente un timbre y media tambaleante, botando la lámpara de retazos en cinta, tropezándose con los pantalones de Fernanda y medio cayendo al suelo porque se afirmó de la escoba lista para el que tenga la iniciativa de limpiar un poco. Logra abrir la puerta con el citófono y maquinalmente abre la puerta de la casa suponiendo la llegada de Fernanda, termina su caminata lerda en la cama derrumbada.

Mario no soportó la escena de los tubos ensartados en el cuerpo de la chica que sin culpa luchaba por su vida… su cuerpo terso e inocente. La confusión de una Rebeca enloquecida por la palabrería y la sangre pegada a su cuerpo. Los gritos llenaron la habitación con las manos que enterraba o violaba, que se metía en la vagina cortando todo a su paso para no dejar rastro de lo ya ocurrido. Los ojos de la chica llorando le recordaban las clases en donde ella se sentaba bien portadita y peinada a escucharla. Toda esa sabiduría que Mario conocía bien y supuestamente amaba de Pauline la acometió con su frescura y dulzor de juventud. Rebeca lamía el pelo de Pauline y mordía su cuello en busca de ese sabor que ella no supo dar a esa persona que nunca se llegó a quedar en la cama con ella. Pauline repetía qué Mario, qué Mario, mientras era destrozada por los zarpazos de Rebeca. Las uñas mordidas de Pauline no producían daño en la torturadora que metía su dedo en el ano de la chica de sangre esparcida, ya no sabía cuál era de su periodo o del cuchillo constantemente enterrado (de saliente y entrante en su cuerpo)… Ella se sube sobre su víctima que le pide piedad, si Fernanda es su verdadero amor… gritos de mentirosa y mentira como repetición de dios padre todopoderoso que pende de un hilo su existencia con un solo fiel que niegue su poder… Mario entra cuando las manchas ya están secas y ve dos cuerpos desnudos… uno destrozado al punto de lo irreconocible, el otro sentado mirando hacia un vacío de boda concluida ya muerto el demonio de su desaparición y muerte. Él reconoce la culpa que en ella había residido… su ella que jugó a ser de galante ricachón y con una broma tonta se la sacó del pillo, y pillaron a lo realmente importante en su vida. Ya Fernanda, entendiendo lo sucedido rompe con sus puños un espejo, su propia imagen se hacía insoportable y saca su reloj de bolsillo, sus pasos de zapatos de chico con charol llegan al cuerpo de Rebeca, la mira fijamente y ella sigue con la mirada perdida. El sonido de marcado con la cortina corriéndose para que la luz entre en la pieza, la mano de Rebeca se encuentra con el reloj de Fernanda… y pierde el conocimiento.

Mario se hizo una nariz en alto para recordar en qué momento emprendió el camino del matrimonio cristiano cuando no se cumplía ni con la orden del niño-niña… A la pobre que usó de trofeo por el mundo y la engaño siendo profesora… si al macho le faltaba paquete (y por eso se declaró muerto), de eso jamás se percató Rebeca al ser siempre rechazada en los momentos de regaloneo en la cama.

El pensamiento de un confesionario frente a un funcionario público que no logra comprender el parámetro de una supuesta pendejada que se llevó a dos víctimas: una por la tierra y otra por el psiquiátrico San Salvador. Fernanda sólo llora: por Pauline, Rebeca y Mario… que al final de todos emergen la unión de un beso sin rendir verdaderas cuentas y creer que el tiempo puede olvidar el anillo de compromiso en la mano culpable.

Cásate sin mentiras ni clemencia… odio, quiero más que indiferencia…Porque la verdad duele menos que el olvido…


Mademoiselle Sophie

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