Nos encontramos una noche de invierno donde las gotas de lluvia caían como notas en un piano, mi corazón se apretaba en esos pequeños guantes infantiles que sostenía un paraguas rojo que combinaban con unos aretes de gato enrojecido, enamorado de lo prohibido. El sol se ocultó... pensé... como las cortinas de lo que no debe verse pero sí sentirse si el destino es lo suficientemente ingrato para regalarme un minuto de felicidad a cambio de infinitos espacios de insomnio y deseo.
Él no sabía de mi presencia, de que su sombra era el espejo donde mis ojos querían posarse sin testigos que testimonien mi pecado. Este encuentro no tuvo tiempo ni espacio porque era la remembranza de algo sucedido pero que en esta vida no podía suceder, no más allá de ese momento... Desde el primer beso que me robaron cuando en realidad desde el pasado lo consentí y lo esperaba con ansia... El espíritu de un guerrero que amo no solo como un amante pasado sino como mi maestro y más grande admiración. No puedo tocarlo pero siempre estoy a su lado, no podía adentrarme en su fuerza y astucia de hombre lobo y yo pantera negra que aún no sabía lo que era ser mujer.
La voz que cada día de mi vida me recuerda el tránsito que debo recorrer, hizo vista amplia para que en esta vida tuviera la experiencia de la felicidad pero con el precio de al menos en esta vida no volver a probarla; acepte con la claridad en mi mente pero el dolor en mi corazón... hemos de vivir lo último a través de lo primero para cada uno así enfrentar a la Moira que desenreda nuestra madeja hasta no dejar una hebra en la respiración.
Hubiera aceptado la muerte con la sonrisa de un samurái en batalla si ese fuera la voluntad de mi querida voz interior, la muerte tocando esa espalda gallarda, rasguñando como fiera sus piernas poderosas, oliendo su piel y tocando sus cabellos negros y la mirada poderosa y desafiante que en días soleados hace que no pueda soportarla sin el enrojecimiento de mis mejillas. ¡No me dejes! Era la idea que rondaba mi cabeza...pero ese no era el pacto, debía volver al limbo de las cosas urgentes pero no tan importantes.
No hubo hijo, no hubo testigos... no hubo sol que traicionara mis afectos ni mis defectos, sólo la fusión de cuerpos que por un instante hicieron la conexión ancestral, fortaleciéndonos y a ratos perdiendo todo raciocinio.
Abro la puerta, toco con mis dedos lo enrojecido de mis labios y ya reconozco el final cuando se acerca... los mortales tenemos un destino que cumplir y no seré quién lo desafíe, pero me queda la felicidad de haberle robado un instante mío y suyo como bandera de lucha... de guerrera ancestral dispuesta a vivir con el sentido de la muerte en los ojos porque encontró, a diferencia de otros que fracasaron, la flor de cerezo perfecta en ese invierno de soledad.
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