Por razones de tiempo y enfoque, mi atención está en la Historia, no quiere decir que deje de escribir pero por el momento las presiones académicas presionan para ese lado. Pero para ver que ambas cosas pueden conjugarse les presento un poema de Quevedo que fue escrito en el reinado de Felipe III donde lo que primaba era la decadencia de España, y la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Como parte de mi investigación sobre la conformación del Estado moderno basado en dicho conflicto, le mando este regalito intelectual... disfrutenlo, a lo mejor no como fuente histórica pero al menos como expresión literaria.
Mademoiselle Sophie
"La decadencia española"
Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo, vi que el bebía
los arroyos del hielo desatados,
y el monte, quejosos, los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa, vi que amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte,
vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Quevedo
Sunday, November 12, 2006
Wednesday, November 01, 2006
Bueno, esta es una curiosa creación
"Un pájaro y un león"
-“Los pájaros y los leones no se casan”- repetía mi mamá como loro siendo que de verde no tenía una pluma; pertenecíamos a un buen linaje de aves que trabajaban coexistiendo con otras especie, ¿nuestro servicio? Desparasitar a los que desafortunados que no podían rascarse la espalda. Puede sonar muy indigno un trabajo así, lo sé, pero en África, los leones, los rinocerontes y los elefantes elevaban altares por nuestra acción, de vital importancia para su existencia. Así, nos consideráramos frente al “Rey de la selva”, el “poder detrás del trono”.
Yo siempre tuve algunos desórdenes en mis conductas (mi veterinario decía que eran alimenticios, mi mamá... la pluma chueca que de seguro era de la sangre por el lado de mi papá, siempre en uno de los dos había un “Pájaro loco en la tele”), una vez me creí paloma pero duré poco porque siempre tenía problemas de orientación, por otro lado mi psicólogo dijo que tenía columbofobia. También me pinté con algunos colores y quise ser “Ave del Paraíso”, claro que se terminó todo el Edén cuando una jirafa sin querer me noqueó con su cuello y terminé metido de cuajo en la laguna de los cocodrilos (¿cómo no morí?... prefiero no recordarlo).
Por eso fue, que el día en que le dije a mi mamá que no me gustaban los pájaros sino los elefantes, me sacó a patadas y picotazos del nido, clamando a los cielos por “la pájara” que vino a parir.
Yo me quedé triste... obviamente, a nadie le gusta que renieguen de tu nacimiento, pero se me pasó al ver una semillitas que se veían realmente deliciosas.
Ay... cómo me aburro, con estas leonas persiguiéndome por puro ser “el infante”, mi papá está viejo y curiosamente en esa época las muy buitres se ponen en celo, a mi me importa tanto como un bostezo de hipopótamo... debería irme a cazar algo, tengo hambre.
Llegando el atardecer, superado el letargo de patas fofas que “la hora sin sombras” produce en los animales de la selva; el león iba olfateando presas, pero parecía que ese día los venados se habían terminado o, en el peor de los casos, las hienas se carroñearon todo; pero al fin de cuentas, el león no perdía la esperanza de un buen banquete. El pájaro, por su parte, fagocitando semillitas mas, anhelando unos buenos bichos frescos no encontraba nada. Se metió a unos arbustos, de esos llenos de hojas duras, su cuerpecito diminuto no podía sobrellevar tales fuerzas contrarias a la suya y sólo le quedó clamar por ayuda, que se volvió más desesperada cuando sintió en su barriga el primer rayo de luna.
El león estaba aburrido de no encontrar ni un miserable ratón distraído, “cómo que hoy todos se avisparon” dijo el león bufando su mala fortuna. De repente, se vio lleno de júbilo al divisar de lejos, algo que se movía y hacía ruidos, que le parecían familiares... pero con el hambre que tenía se comería hasta a su vecino. Así que, listo para el ataque, sacó sus filosas garras, sus cabellos aleonados de puberto se erizaron como si fueran apoyo a los cuchillos de sus patas, y sin pensarlo mucho se abalanzó sobre el arbusto.
-¡Ay! ¡qué diablos te pasa!- gritó “la pájara” que con el golpe pudo salir de un impulso -¿No que los leones tienen buenos ojos o al menos olfato? ¡No soy comida, animal! ¡Es un arbusto con un pájaro!- la pajarita, al decir esto, no hacía más que revolotear rápidamente, como si con aletazos a modo de colibrí pudiera hacerle daño ante tan enorme león.
-¡Pues, lo siento!, ¡No pensé, tengo hambre!- dijo el león dispensándose por unos minutos, pero luego la malicia inundó sus ojos –Tienes razón, los arbustos no son precisamente una parte de mi cadena alimenticia, pero tú, pajarita chillona, sí lo eres, no serás mucha carne pero salva la noche al menos.
-¡Que bestia ignorante eres!- (Claro que lo dijo retrocediendo un poco para no ser víctima de un zarpazo impulsivo)- Deberías saber lo importante que soy para ti y no precisamente como aperitivo.
-Pero sí como plato de fondo.
-Ni de postre “amiguito”- Al decir esto, la pajarita se acerca y se coloca en su lomo, comienza a sacarle bichos de la espalda y el león siente una satisfacción incomparable.
-¡oh!, ¡muchas gracias!, me has quitado esta molestia del día que a decir verdad, estuvo afectando mis sentidos para cazar porque me desconcentraba la picazón- dice el león sonriendo y mostrando sus blancos dientes que llenaron más de pánico a la pajarita que de satisfacción por su buen trabajo.
-Bueno, si prometes no comerme, yo te ayudaré con estos bichos mientras cazas, yo como en paz y tu también ¿trato?- La pajarita se acerca a la nariz del león para posarse allí y verle a los ojos cuando se realice el trato. El león accede sin sonreír, porque notó el miedo de la pajarita.
Así se cuenta en la selva que dichos animales formaron un equipo formidable. Como era de esperarse, tanto tiempo sobre el lomo del león, la pajarita encontró algo atractivo en el menear de su cola felina. Y el león, por su parte, reconoció en dicha avecita lo placentera de su compañía.
La madre y el padre de la pajarita se cayeron del nido ante el impacto de la noticia de que su hija se fue con un león; pero después de pensarla y comentarla con otros animales de la selva, vieron con buenos ojos dicho lazo fraterno, amoroso y matrimonial de dos animales que siempre se consideraron como realidades tan alejadas, pero a la vez tan compenetradas. La felicidad de ambos animalitos fue plena, siempre se acompañaban uno con el otro y su diferencia resultaba ser un complemento más que una razón para separarse.
-“Los pájaros y los leones no se casan”- repetía mi mamá como loro cuando yo no tenía coronita de flores y tan buen caballero a mi lado. Ahora soy la loca de la familia, pero la única que logró, de un modo muy extraño, dejar de ser el poder detrás del rey y convertirme en la felicidad por delante: siendo reina.
Mademoiselle Sophie
-“Los pájaros y los leones no se casan”- repetía mi mamá como loro siendo que de verde no tenía una pluma; pertenecíamos a un buen linaje de aves que trabajaban coexistiendo con otras especie, ¿nuestro servicio? Desparasitar a los que desafortunados que no podían rascarse la espalda. Puede sonar muy indigno un trabajo así, lo sé, pero en África, los leones, los rinocerontes y los elefantes elevaban altares por nuestra acción, de vital importancia para su existencia. Así, nos consideráramos frente al “Rey de la selva”, el “poder detrás del trono”.
Yo siempre tuve algunos desórdenes en mis conductas (mi veterinario decía que eran alimenticios, mi mamá... la pluma chueca que de seguro era de la sangre por el lado de mi papá, siempre en uno de los dos había un “Pájaro loco en la tele”), una vez me creí paloma pero duré poco porque siempre tenía problemas de orientación, por otro lado mi psicólogo dijo que tenía columbofobia. También me pinté con algunos colores y quise ser “Ave del Paraíso”, claro que se terminó todo el Edén cuando una jirafa sin querer me noqueó con su cuello y terminé metido de cuajo en la laguna de los cocodrilos (¿cómo no morí?... prefiero no recordarlo).
Por eso fue, que el día en que le dije a mi mamá que no me gustaban los pájaros sino los elefantes, me sacó a patadas y picotazos del nido, clamando a los cielos por “la pájara” que vino a parir.
Yo me quedé triste... obviamente, a nadie le gusta que renieguen de tu nacimiento, pero se me pasó al ver una semillitas que se veían realmente deliciosas.
Ay... cómo me aburro, con estas leonas persiguiéndome por puro ser “el infante”, mi papá está viejo y curiosamente en esa época las muy buitres se ponen en celo, a mi me importa tanto como un bostezo de hipopótamo... debería irme a cazar algo, tengo hambre.
Llegando el atardecer, superado el letargo de patas fofas que “la hora sin sombras” produce en los animales de la selva; el león iba olfateando presas, pero parecía que ese día los venados se habían terminado o, en el peor de los casos, las hienas se carroñearon todo; pero al fin de cuentas, el león no perdía la esperanza de un buen banquete. El pájaro, por su parte, fagocitando semillitas mas, anhelando unos buenos bichos frescos no encontraba nada. Se metió a unos arbustos, de esos llenos de hojas duras, su cuerpecito diminuto no podía sobrellevar tales fuerzas contrarias a la suya y sólo le quedó clamar por ayuda, que se volvió más desesperada cuando sintió en su barriga el primer rayo de luna.
El león estaba aburrido de no encontrar ni un miserable ratón distraído, “cómo que hoy todos se avisparon” dijo el león bufando su mala fortuna. De repente, se vio lleno de júbilo al divisar de lejos, algo que se movía y hacía ruidos, que le parecían familiares... pero con el hambre que tenía se comería hasta a su vecino. Así que, listo para el ataque, sacó sus filosas garras, sus cabellos aleonados de puberto se erizaron como si fueran apoyo a los cuchillos de sus patas, y sin pensarlo mucho se abalanzó sobre el arbusto.
-¡Ay! ¡qué diablos te pasa!- gritó “la pájara” que con el golpe pudo salir de un impulso -¿No que los leones tienen buenos ojos o al menos olfato? ¡No soy comida, animal! ¡Es un arbusto con un pájaro!- la pajarita, al decir esto, no hacía más que revolotear rápidamente, como si con aletazos a modo de colibrí pudiera hacerle daño ante tan enorme león.
-¡Pues, lo siento!, ¡No pensé, tengo hambre!- dijo el león dispensándose por unos minutos, pero luego la malicia inundó sus ojos –Tienes razón, los arbustos no son precisamente una parte de mi cadena alimenticia, pero tú, pajarita chillona, sí lo eres, no serás mucha carne pero salva la noche al menos.
-¡Que bestia ignorante eres!- (Claro que lo dijo retrocediendo un poco para no ser víctima de un zarpazo impulsivo)- Deberías saber lo importante que soy para ti y no precisamente como aperitivo.
-Pero sí como plato de fondo.
-Ni de postre “amiguito”- Al decir esto, la pajarita se acerca y se coloca en su lomo, comienza a sacarle bichos de la espalda y el león siente una satisfacción incomparable.
-¡oh!, ¡muchas gracias!, me has quitado esta molestia del día que a decir verdad, estuvo afectando mis sentidos para cazar porque me desconcentraba la picazón- dice el león sonriendo y mostrando sus blancos dientes que llenaron más de pánico a la pajarita que de satisfacción por su buen trabajo.
-Bueno, si prometes no comerme, yo te ayudaré con estos bichos mientras cazas, yo como en paz y tu también ¿trato?- La pajarita se acerca a la nariz del león para posarse allí y verle a los ojos cuando se realice el trato. El león accede sin sonreír, porque notó el miedo de la pajarita.
Así se cuenta en la selva que dichos animales formaron un equipo formidable. Como era de esperarse, tanto tiempo sobre el lomo del león, la pajarita encontró algo atractivo en el menear de su cola felina. Y el león, por su parte, reconoció en dicha avecita lo placentera de su compañía.
La madre y el padre de la pajarita se cayeron del nido ante el impacto de la noticia de que su hija se fue con un león; pero después de pensarla y comentarla con otros animales de la selva, vieron con buenos ojos dicho lazo fraterno, amoroso y matrimonial de dos animales que siempre se consideraron como realidades tan alejadas, pero a la vez tan compenetradas. La felicidad de ambos animalitos fue plena, siempre se acompañaban uno con el otro y su diferencia resultaba ser un complemento más que una razón para separarse.
-“Los pájaros y los leones no se casan”- repetía mi mamá como loro cuando yo no tenía coronita de flores y tan buen caballero a mi lado. Ahora soy la loca de la familia, pero la única que logró, de un modo muy extraño, dejar de ser el poder detrás del rey y convertirme en la felicidad por delante: siendo reina.
Mademoiselle Sophie
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